martes, 27 de noviembre de 2012

Secretos isleños

Rapa Nui sigue mostrándome los secretos que la hacen tan mágica... y está logrando que me enamore de ella.

Ahí van algunos:

Foto I: Escuchar el mar a todas horas.
Foto II: Amanecer desde Tongariki, Rapa Nui.
Foto III: Flor nativa.
Foto IV: : Cráter del volcán Rano Kau y su interior lleno de agua dulce de lluvia. De aquí se abastece de agua potable la capital Hanga Roa.
Foto V: Luna sobre el Pacífico.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Rapa Nui: mucho más que Moais.

Rapa Nui es un triángulo que mide no más de 17x25x15 Km; una isla muy pequeña y, sin embargo, archiconocida debido a sus misteriosos Moais.
La verdad es que vine aquí porque, una vez, cuando estaba en el colegio, vi en algún libro de geografía e historia una foto de los Moais y de inmediato me llamó la atención, sólo bastó leer las palabras: Rapa Nui, isla y mares del sur para que se disparara en mí la fantasia y el espíritu aventurero. Desde entonces quise venir, pero debo admitir que ahora de adulta, pensé que una isla llena de Moais podía volverse un poco aburrido. Aún así, decidí probar suerte y cerrar mi viaje como Vagamunda aquí. Volé las cinco horas desde Santiago de Chile decidida a pasar 10 días de descanso y de reflexión sobre todo lo aprendido y experimentado en este año y, de paso, ver algún que otro Moai. Pues hoy es el cuarto de diez días y ya siento que se me quedan cortos. Esta diminuta isla esconde mucho más de lo que vende. Sobra hablar de la belleza geográfica; de sus acantilados, volcanes, bahías y playas de arena blanca; de sus aguas cristalinas que van del azul más marino al idílico turquesa. Uno puede perder semanas disfrutando de eso. Pero resulta que hay muchísimo más que paisajes y playas. Además de Moais repartidos por toda la isla, hay cuevas enormes y extensas que recorren la isla bajo tierra, hay una flora bellísima, un pueblito, Orongo, que parece de otro mundo, hay caballos por todas partes, ¡y vacas!: en la misma playa y en la carretera. Además, se siente la primavera del hemisferio sur y toda la vida que trae, pues la mayoría de las yeguas y vacas, o están embarazadas, o ya parieron y tienen a sus potrillos y terneros bien pegados a su lado o amamantándolos. En varias ocasiones me he parado a mirar a las yeguas y sus potros y el tiempo ha volado estando yo absorta en su gestos, sus movimientos, su rutina de vida, algo tan ancestral que de repente yo siento tan novedoso. Y me pregunto por qué, y me doy cuenta de que hoy en
día todo el contacto que tenemos con animales es a través de la caja tonta. Por eso cuando veo en vivo y en directo cómo un potro busca las tetas de su madre y cómo las succiona fuerte, se me eriza la piel de la emoción. Darme cuenta de que puedo entender el lenguaje entre ellos con sólo observarles un rato, me deja helada y no es porque yo sea "susurradora de caballos", ni la "líder de ninguna manada", es que se trata de un lenguaje universal, el lenguaje entre madre e hijo; la protección y el cuidado de una y la mezcla entre ingenuidad, susto y curiosidad del otro. Es todo tan natural, tan básico, tan íntimo, que es simplemente maravilloso. Lo mismo
ocurre con los pájaros, hay halcones, o algo parecido, por todos lados, sientes, o bien, que te siguen, o bien, que te guían. Es extraño, pero de repente es como si notara la naturaleza más presente; a cualquier lado que mires algo hay y ahí te quedas, horas, mirando primero, observando, estudiando y sonriendo, después. Y así pasan los días en Rapa Nui y no te enteras de en qué se fueron, pero te sientes bien, muy bien, con mucha paz y muy conectada al día , a la noche, a los
ciclos. Sin saber por qué, aquí me acuesto con el
sol y me levanto con él. Me da tiempo de hacer yoga, de darme un baño, de desayunar con tiempo y aun tengo todo el día por delante para hacer todo o nada. El sol rige mis horarios y eso me conecta conmigo y me
sensibiliza con todo el entorno de una manera brutal. Como dije, duermo en tienda de campaña y cada mañana escucho los gallos cantar y también los pajarillos. Ahora ya es de noche y ellos duermen, le toca el turno a los grillos y a algún que otro perro vigilante. Mi turno de dormir pasó hace un rato ya, pero aquí estoy, escribiendo todo esto que estoy viviendo y que me tiene sorprendida y feliz. Me quedan por contar aún más secretos que esconde la isla, pero el sueño me gana la partida por hoy.

Un beso de buenas noches.

Foto I: caballos pastando
F.II: Flor
F.III: Volcán Rano Raraku
F.IV: Cueva Ana Kai Tangata
F.V: Atardecer en acantilado
F.VI: Cueva Ana Kakenga
F.VII:Cueva Ana Te Pahu
F.VIII: Moais
F.XIX: Playa Anakena

lunes, 19 de noviembre de 2012

Rapa Nui: tierra de Moais.

Bueno, bueno, bueno...parece que por fin terminé de armar la tienda de campaña. Siempre me consideré rápida montándolas, pero la verdad es que nunca había tardado tanto en colocar una.
Aterricé en la lejana y aislada Isla de Pascua hace tres horas y montar la carpa es lo único que he logrado hacer desde entonces. Llegué a las 21:00 al diminuto aeropuerto de la isla donde me esperaba el dueño del camping con un collar de flores de bienvenida. Fue emocionante lo del collar, junto con el techo de paja y madera del aeropuerto, me hizo recordar que efectivamente me hallaba en una isla polinésica. Me sentí princesa por minutos hasta que me subí a la camioneta del señor y nos trasladamos al camping donde tengo pensado pasar mi estancia. Y digo tengo pensado y no lo afirmo, porque al aterrizar llovía y no sé si mi tienda de campaña barata aguantará chaparrones subtropicales... ya les iré contando.
Así que, como ya era de noche y había amenaza de lluvia, me olvidé de mi collar de flores polinésicas y aproveché para montar rápido la carpa antes de que volviera a caer agua. Busqué a tientas un sitio en la oscuridad que me pareció recto y sin piedras y saqué todo: monté los palos, puse las piquetas y cuando ya no quedaba sino el último palo del toldo delantero, vi que estaba roto y recordé que se me había roto la última vez que había ido de camping. Mierda. Tenía que arreglarlo. Si llovía, necesitaba que ese palo realizara su función y canalizara el agua y, si se levantaba viento, le daba estabilidad y firmeza al resto. Le pedí material al dueño y después de una hora logré reparar el palo, pero cuando regresé a la carpa ya la noche se había cerrado mucho y no veía nada; necesitaba la linterna. Maldita la hora que la encontré, la encendí y alumbre al suelo donde había estado montando la tienda a oscuras, ¡estaba lleno de cucarachas y bichos! Ay, que asco sentí y de repente todo el cuerpo me empezó a picar. Grrr... intenté relajarme y respirar y pensar que no pasaba nada, pero la verdad es me puse nerviosa y no iba a lograr dormir allí ni de broma; ¡ya había una subiendo por la tienda! Empecé a buscar otro lugar donde acampar, ésta vez con linterna, y vi que no había casi cucas en otros lados. Qué raro, pensé. Pero sí, parece que había elegido el lugar a dedo: acampar sobre el nido de cucarachas. Bendita mala suerte. Cogí la mochila, la tienda montada y todo lo demás y me moví a cualquier lugar. No me
importaban ya ni las piedras, ni si el terreno era llano, ni la lluvia, sólo quería que no hubiera cucarachas.
Cuando terminé de instalarme estaba sudando y aún un poco histérica, intenté respirar y recordar dónde estaba y disfrutarlo, pero no funcionó. Me sentía nerviosa y con ganas de contarle a alguien el asco me dan las cucarachas, así que, aquí estoy; contándoselo a ustedes y relajándome poco a poco. Ahora mi preocupación es otra: la amenaza de lluvia. Me compré la tienda a finales de verano en España, estaba de oferta y era pequeña y ligera, que era lo único que me importaba en ese momento. Un chollo, pensé. La primera vez que la monté, vi que no tenía cobertor de lluvia y pensé que no importaba porque en Sudamérica empezaba el
verano, así que, no me
iba a hacer falta. Y, efectivamente, esa primera vez que la monté y dormí en ella no llovió, pero se me escapó un detalle; estaba a casi 3000m de altura sobre el
nivel del mar y por la noche la temperatura bajó tanto que casi me
congelo viva. No dormí nada y las noches restantes logré dormir porque me metia dentro del saco con tres pares de pantalones y con todos los suéters que llevaba y con la chaqueta encima. El cobertor de lluvia me hubiera aislado bastante en ese caso. En fin, de eso ya casi ni me acordaba. Y ahora díganme algo: ¿quién se hubiera imaginado que, habiendo estado en Santiago de Chile a 33°C y con un sol que raja las piedras, llegaría a la Isla Polinésica de Pascua y habría tormenta? Yo, la verdad, es que no y ahora estoy sufriendo las consecuencias de mi ingenuidad. Si llueve esta noche y la tienda no es impermeable, me voy a cagar en mi madre. Así que, estoy rezando para que llueva mañana, a la luz del día y preparada con todo afuera de la tienda por si resulta no ser impermeable.
Buenas noches a todos y recen un poquito tambien, porfa...
Ojalá estuviera bajo un techito ahora mismo....zzzzzzzzz........