viernes, 10 de agosto de 2012

De nuevo en ruta.

Y sí, tras un mes de descanso y reflexión en Santiago, de nuevo en ruta. Seis horas hace ya que despegó el avión de Santiago y siete faltan para que aterrice en Madrid. Pero, no es Madrid mi destino final, ahí tomaré un tren hasta Andalucía donde me recogerá mi querida hermana Miriam con sus dos hijas. Con ellas voy a pasar los siguientes 20 días. Juntas vamos a recorrer la costa hasta donde nos llegue la energía, estaremos de camping en su camper y pararemos allá donde se nos antoje a disfrutar del sol y la playa en las vacaciones de verano de mis sobrinas. El plan es que no hay plan, ni horarios; se trata sólo disfrutarnos después de 7 meses sin vernos. Disfrutarnos relajadas, sin prisas. Vagamundear. Rico, rico.

A pesar de que es un buen plan y de que me muero de ganas de ver a mis sobrinas, no me invade la alegría en este momento. Me siento triste y ésa es la verdad. Es el riesgo que se corre cuando uno para en un lugar y profundiza en él. Ocurre que se profundiza también con las personas y, la consecuencia directa es que, no sòlo te encariñas de ellas, sino que las terminas queriendo. Y es difícil separarte de gente a la que quieres. Por eso siento tristeza, porque mi corazón está dividido. Cada segundo que pasa son más los kilómetros que me separan de Santiago, y por tanto, de esa gente maravillosa que quiero y, eso me duele. Siento un agujero en mi interior, un vacío cada vez mayor a medida que me alejo. Ya los extraño.
Extraño a mi Ber, antetodo a ella. Cómo desearía que estuviera sentada a mi lado en este avión...
Pero la realidad no siempre cumple los deseos de uno y, su realidad es que aún no puede acompañarme a España y yo tengo que aceptarlo así y continuar mi camino.
Me quedo con lo positivo y es que este mes en la ciudad ha sido lindo, aunque en absoluto ha sido un mes fácil; he pasado por periodos de reflexión profunda sobre el viaje y sus objetivos, de dudas, de incertidumbre, la ansiedad de vivir en una ciudad: su ruidos, su gris, su prisa... momentos difíciles pero tremendamente enriquecedores, pues como siempre digo, cuando te paras a sentir todo esa tormenta interior, y la capeas cual barco en el océano, la calma que aparece tras ella, se acompaña de una claridad emocional indescriptible. Por eso me siento satisfecha, porque la parada que me propuse ha dado sus frutos y, aunque triste, me siento más clara, más
motivada y con más energía para continuar VagaMundeando.
Además, no cambiaría mi forma
de viajar por mucho que me cuesten las separaciones. Como decía Violeta Parra; "me quedo con la gente, porque es la gente es la que me hace crear". Las relaciones humanas son las que hacen que los recuerdos de un lugar sean bellos o feos, intensos o efímeros, no los monumentos, ni los
paisajes. Es, sobretodo, la
gente la que nutre y le da sentido a los monumentos y al paisaje. Es por los momentos vividos por lo que recordamos un viaje, lo demás, lo terminamos olvidando. Son los vínculos los que perduran.
Está claro que parte de mi tarea en este viaje es trabajar el desapego; saber separarme y seguir mi rumbo, más allá de los lazos sentimentales. Saber que la distancia no es sinónimo de lejanía, al igual que la cercanía no es sinónimo de intimidad. Aprender a mantenerte unido en la distancia, implica compromiso, algo que falta mucho en estos tiempos, pero que yo estoy luchando por conservar.
Así que, mi querida gente chilena, si no nos vemos pronto, nos sentiremos cerca pronto. Gracias por todo el amor y por los momentos.

Con amor y tristeza,

Tacha.


Foto: atardecer invernal en Santiago.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Nadar sin salvavidas.

Es por todos sabido, que el deber de los padres es educar a sus hijos para y hasta que éstos se conviertan en adultos autónomos y autosuficientes. Es decir, en adultos libres. En todo el reino animal es así. Sin embargo, también es por todos sabido, que no suelen darse muchos ejemplos de lo anterior. En adultos nos convertimos, sí, pero en adultos acosados por los miedos y la dependencia emocional. Lo cual no nos conviente en seres precisamente libres, digo yo.
Hasta aquí nada nuevo.
Sin embargo, hoy, hablando con mi profesor de yoga, éste dijo algo que me hizo recapacitar, y, aquí viene lo nuevo; me pregunto si, en lugar de pasarnos la vida reprochando a nuestros padres lo
que hicieron, porque lo hicieron mal y, lo que no hicieron, porque no lo hicieron, ¿no sería más sano y sustentable que los hijos dieran por finalizada dicha tarea paternal?
Sería hermoso que un hijo, sintiéndose ya preparado para su supervivencia, incentivara a sus progenitores a dejar de ejercer dicho rol cuidador-protector, para
convertirse de nuevo en hombres y mujeres libres.
Sería hermoso que estas partes, ambas pertenecientes al mismo paradigma, se miraran a los ojos como iguales; como hombres y mujeres adultos y rompieran esos vínculos fraternales, para generar otros nuevos, más sanos y, por ende, más enriquecedores.
¿Somos los hijos capaces de liberar a nuestros padres de sus funciones?
¿Estamos dispuestos a nadar en el
océano de la vida sin su protección? ¿Estamos preparados para verles disfrutar libres de un nueva etapa postpaternidad sin sentirnos abandonados?
¿Lo está ellos sin sentirse culpables?

Difícil tarea. Arduo trabajo. Incalculable recompensa.

Las leyes de la naturaleza están dictadas. En nosotros está seguirlas o no.


Serie "Reflexiones"
Título: actualizando patrones de comportamiento.

Foto: yo con... ¿2 añitos?
30 más me han bastado para aprender a nadar sola, sin salvavidas. Me siento capaz y deseosa de ver a mis progenitores como hombre y mujer y, sobretodo, de aceptarles en su individualidad.